domingo, 24 de mayo de 2009

Somier

De repente desperté de mi estado de inconsciencia, me veía saturada de papel celofán alrededor, como un regalo mal envuelto que nunca llegó a su destino final.
Descuidada y perdida. Casi inerte e incompetente me sentía mientras trataba de levantarme, pero las delgadas y larguiruchas piernas no me soportaban más. Las comisuras de mis huesos no dejaban que realice movimiento alguno.
El celofán, volaba por el lugar, como plumas abandonadas por un ave al despegar. En ese momento desee ser solo… celofán.
Casi rompiéndome las muñecas logré impulsar mi cuerpo con la poca fuerza que mis brazos me brindaban.
Camine como dos pasos para desplomarme un segundo después sobre el suelo de madera crujiente y con olor a humedad. Me agache, di un masaje a mis piernas exageradamente sensibles, desate las correas de cuero de los zapatos y me levanté pidiéndole de favor a mis pies que no me abandonen en esta etapa de dolor.
Me toqué el rostro, lo recorría palpándome de a poco; las comisuras de mis labios estaban desgastadas y del maquillaje Channel de la noche anterior ya no quedaba nada.
Traté de pronunciar algunas palabras para preguntar en voz alta ¿qué fue lo que me pasó? pero la lengua estaba amortiguada por un sabor a colonia y nicotina.
Comprendía de a poco que fue lo que había sucedido, y le subí el volumen a varios de mis pensamientos para que mi vago cerebro lograra escucharlos.
- Morena, otra vez no, el rococó del vestido esta casi deshecho y los zapatos de Antonia ya no sirven para nada, mejor apúrate puede que regrese antes de las 11.
En ese momento un conflicto interno se desarrollo, no entendía quien tenía que regresar. Ni siquiera la hora actual, lo que si tenía claro es que un conjunto de malos hábitos se habían apoderado de mi la noche anterior.
Decidí refugiarme en las sábanas blancas de un somier, cuando cubriéndome con las mismas descubrí manchas negras de rímel, delataban las lágrimas de una mujer. Oscuras, desgraciadas, delataban el llanto de un alma tan negra como ellas.
Me acurruqué en ellas sintiéndolas mi único refugio, los huesos todavía me torturaban, era un dolor tormentoso. Dormí durante unos minutos para despertarme con un lamentable dolor en el brazo izquierdo, internamente me decía:
- Espera, sopórtalo un poco más ya debe estar por llegar.
No encontraba forma alguna para librarme del dolor, solamente con moverme me hacía daño entonces pasaron segundos bajo el dolor inaguantable de mi brazo que parecía a punto de explotar, no conseguía gritar, tome entonces las sábanas y las mordí de tal manera que las encías sangraban. Las sábanas se llenaron de pintas rojas de sangre de mi pobre boca, hasta que un ruido incesante me llamo la atención.
Era él se acercaba a mí de forma desesperada, con una jeringa en su mano y una bolsa de la cual sacó dos líquidos de color azul, como sus ojos; entonces me dijo:
- Vine lo más rápido que pude, no lograba encontrar todo.
Me sujetó la mano, nos encontrábamos juntos, llorando. El inyectaba dicho líquido en mi brazo pidiéndome mil veces perdón.
fsk